Una duda: ¿porqué el tenedor tiene cuatro dientes?
Toda pregunta boba esconde una razón secreta. Y en esta historia de brujas, hasta el diablo pincha el hueso.
De tanto usarlo nos parece evidente: el tenedor parece que siempre estuvo ahí y que siempre tuvo cuatro pinches. Pero no. Incluso hubo una época en que el tenedor horrorizó al mundo con sus tres originales dientes. Y eso, sin hacer mención a que más de la mitad del mundo –de China a India y Japón y el resto de Asia– no sólo no lo usa sino que lo ignora olímpicamente.
La historia –o la leyenda– dice que el primer tenedor fue conocido en Occidente allá por el año 1077, llevado a Venecia por Teodora, hija del emperador de Bizancio, Constantino Ducas, en lo que era la ciudad que abría las puertas de medio oriente. La muchacha viaja a la Serenísima –como se conocía a la ciudad de los canales– para casarse con Doménico Selvo, hijo del Dux en aquellos tiempos.
Teo –permítasenos la familiaridad– es presentada en sociedad en un banquete. Todo iba fenómeno hasta que una de sus damas de compañía le acerca un estuche de marfil, del que saca un tenedor de oro ¡con tres dientes! La muchacha da sobradas muestras de que ese adminiculo ofrece una solución a la cerdez de los europeos, quienes tomaban la comida con la mano. Suenan pifanos, arpas y flautas en el recito y todo es regocijo y pulcritud y felicidad en el banquete brindado a Teo, hasta que un grito parte la velada. El alarido viene de la garganta de San Pedro Damián, que desorbitado, acusa: “instrumentum diaboli”. Y blablatea de que la doña es una bruja y que patatín y patatán.
Doménico hizo arrugue de barrera, el Dux puso en una nave a la supuesta bruja y la despachó de vuelta a los brazos del emperador sin consumar la boda. Y Europa hubo de esperar algunos siglos más para dejar de ensuciarse los dedos. Aunque todo había cambiado para entonces.
Da Vinci, el cuarto diente
La leyenda –o la historia– dice que fue Leonardo da Vinci quien lo puso en uso pero, prudente como era el sabio de Florencia, atinó a sumarle un cuarto dientes, a ver si el San Pedro Damián en la inquisición de turno lo acusaba a él de prácticas demoníacas. Pero esto no pudo comprobarse.
La leyenda –o la historia– dice que fue Leonardo da Vinci quien lo puso en uso pero, prudente como era el sabio de Florencia, atinó a sumarle un cuarto dientes, a ver si el San Pedro Damián en la inquisición de turno lo acusaba a él de prácticas demoníacas. Pero esto no pudo comprobarse.
Sí está comprobado que los italianos lo usaron primero que todos en la Europa que salía de la era medieval y entraba al Renacimiento. El viajero Thomas Coryate, a comienzos del siglo XVII, escribió en su diario de viajes: “los italianos se sirven siempre de un pequeño instrumento para comer y tocar la carne”.
Y el remate documental fue que Catalina de Médicis, en el viaje que hiciera por Francia para casarse con el rey Enrique II, allá por el siglo XVI, llevó centenares de cosas, aparte de sus cocineros que transformarían la por entonces olvidable cocina francesa. Entre los enseres despachados iba las brocas, unos tenedores de solo dos dientes (precavida la dama), que pronto fueron adoptadas por las damas de la corte, y de allí saltó el hábito al resto de las cortes europeas. Lo que no se expandió fue la costumbre de Catalina que, según cuentan los chismosos, de vez en cuando usaba la broca para rascarse la espalda.
Lo cierto es que el tenedor, modesta herramienta, como toda herramienta transformó al hombre y produjo consecuencias antropológicas profundas, como la aparición de la mesa para apoyar los cuencos. Luego vinieron los platos playos para permitir un mejor desempeño del cuchillo y los modales y rangos de clase en sus usos. Así, las consecuencias en pos de la comodidad a la hora de comer se suceden hasta nuestros días en que estamos haciendo desaparecer el comedor de los departamentos nuevos, claro que no por culpa del tenedor. Pero esa es otra historia.
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